Por la San Martin llena de luces, de gentes, de rostros q no conocia. Eso le hacia bien, se sentia libre, enfundada en su saco bordó.
Apenas pisaba la esquina abría el bolso, sacaba el encendedor, lo sostenía con sus dientes, sacaba una etiqueta de cigarrillos, tomaba uno y lo encendía. Suavemente el sabor tostado del tabaco iba haciendo que su alma entrara en un estado de calidez fenomenal. Cada bocanada era un respiro a una nueva vida, la que buscaba ya desde hacía mucho.
Caminaba lentamente y al compás de alguna canción que guardaba fielmente su memoria. Su memoria que lo único que recordaba eran cosas vanas, sin importancia mayor que la de darles a esos plácidos momentos de éxtasis que sienten solo algunos transeúntes, algo de melodía abrasadora. Algo que al parar le pedía más y entonces ella caminaba. Seguía dando vueltas sin sentido, sin querer llegar a ese lugar tormentoso al que tenía que ir dos veces por semana a partir de ese día.
Tarareando quiso llevar el cigarrillo a su boca, pero su brazo no se movió. "Debe ser el frío, ya tengo hasta los brazos entumecidos" pensó. Y continuó su rumbo sin más.
Lentamente el lugar se iba acercando, se hacía cada vez mas grande y ella comenzaba no enteder por que estaba allí.
Ella no quería ir, era la otra, esa mujer que la profanaba a veces. No le importó, ella sabía cómo manejarla. Pero fue ésa la que la vistió, le preparó un café, abrió la puerta, le encendió el cigarrillo, y le movió las piernas para ir, haciendo de esto como un juego, participando de sus actividades y haciéndolas agradables. Ella ya sabía, era casi imposible que ésa mujer habiera sido tan gential, algo venía.
Quería escaparse pero veía como las puntas de sus mechones recortados le señalaban el camino, ese espantoso camino al horror. Y seguía caminando.
De repente paró.
Alegre por la decisión de sus pies, intentó volverse sobre sus pasos. Pero no, su cuerpo ya no respondía, su mano había soltado el cigarrillo.
Su cabeza giró, miró a su alrededor, se miró en una vidriera, se acomodó la boina y su pollera empezó a agitarse otra vez.
No podia creerlo, miro atónita a sus piernas que ya entraban a ese lugar con placa en la puerta. Se sentía encerrada en eso, en ese cuerpo que la movilizaba, que la llevaba a las fauces de aquella bestia.
Su brazo se levantó, ahora sí se levantaba. Cerró su puño dejando solo el dedo índice estirado y presionó el timbre.
Esperó unos segundos, trató otra vez de mover alguna parte de su cuerpo por motus propio. Pero no.
Y salió aquella voz extraña de ese portero extraño. "Ah, si si. Te estaba esperando".
Y ella... respondió.
Su voz sonaba extraña, no era ella.
Era ésa. La otra.
Abrió la puerta y comenzó a subir escalón por escalón, lamentando.
Lamentandose por algo que no terminaba de comprender, pero sabía que era el fin.
Veintiuno, ventidós, veintitrés escalones.
Elevó la vista y vió el rostro del terror. Allí estaba. Un rostro enmarcado en un pelirrojo completamente ficticio, una cara recta, de facciones lineales e inescrupulosas.
Las escenas comenzaron a mezclarse, desaparecieron entre los laberintos de su mente y la de la "otra".
De a poco fue introvirtiéndose más y más en su interior, empezó a hablar y escuchaba cómo las voces suya y la de la pelirroja se iban alejando, iban quedando embotelladas. Y así se apagó hasta ser sólo la una mínima parte de lo que sabía que podía ser. Se quedó en un rincón de ese cuerpo frío que alguna vez tanto placer le había dado. Ya no percibía aromas, tampoco podía recordar como cantar, ni sentía el cuerpo de Martin al tocarlo. Un día Martin se fue.
Y allí quedo abandonada junto a toda esperanza de que él notara que ella seguía ahí, ninguneada como la mejor nadie, como la mejor nada.
Le quedó sólo el recuerdo de ese último cigarrillo lleno de sabor, esa tarde llena de color y un esbozo de aquella melodía.
So much to say. I can't see the light.
Le quedó sólo la certeza de que algún día esa mujer se iría, moriría para poder ser un alma libre, sin nada, pero libre.
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